Hablemos de drogas.
Pensar que los niños consuman
drogas me causa mucho espanto, comprobarlo dolor. No puedo dejar de plantearme
una serie de preguntas, las respondo, quizás en algunas de ellas me encuentre
en lo correcto, en otras no. Termina siendo chocante el no entender muchos
porqués, pero más frustrante el hecho de seguir descubriendo la indiferencia de
los padres de familia ante la conducta de sus hijos.
Si bien, el acceso al mundo que
nos proporcionan las herramientas informáticas se han convertido en parte de
nosotros y de la mayoría de las actividades que realizamos, es también cierto
que el no control de lo que los niños y adolescentes consumen por internet se
está constituyendo en una problemática social, la cual es subestimada y
desligada de muchos comportamientos contrarios a lo “adecuado” para este grupo
de nuestra sociedad.
Sin embargo, me resulta
enteramente incompresible el estado de negación en el que incurren los
representantes de dichos menores víctimas del consumo de drogas, y sí, muchos
por no decir la mayoría de ellos sospechan de una presunta adicción, ¿Qué
hacen? Pues nada más que evadir una realidad que duele, pero que los daña más
que el mismo consumo de dichas sustancias.
Reprenderlos con juzgamientos
severos tampoco ayuda, realizar un acercamiento dotado de comprensión, sin
ningún ápice de reproche resultará lo más favorable y lo que abrirá el camino
para que se pueda salvar a una persona de aquel vicio mortal; y de la misma
forma será fundamental el poder evaluar las relaciones familiares y los
ambientes en los cuales se mueven aquellos jóvenes, con el fin de poder
alejarlos de ejemplos e influencias nocivas.
Irónicamente muchos “buenos
padres” al adoptar actitudes demasiado permisivas se pierden en poder estar
pendientes de lo que realizan sus hijos, si bien es saludable dotarlos de
libertad, ya que sin la misma se ocasionarían problemáticas más graves, toda
concesión debe fijar límites que impidan los abusos y obviamente efectos
adversos.
La guerra contra de las drogas
se debe gestar desde cada uno de los hogares, poco o nada servirán los controles
de las autoridades si no existe una educación y consciencia anti drogas, si no
se toma una decisión de asumir un sano control de las acciones que realizan los
jóvenes, si se dejan de usar vendas y se empieza a ser más observadores de
aquella amenaza que por desgracia estará latente, pero que se podrá bloquear
mediante la responsabilidad.
Las cifras son alarmantes, y más
alarmante resulta la inacción de todos quienes han preferido invisibilizar la
terrible realidad, con ello lo único que se está ocasionando es transformar esa
infancia de ternura que debería ser para lo posterior un recuerdo añorado de
aquellos niños, en una infancia de terror, de delirios tóxicos, de vacíos
emocionales, de perdición.
Más que las armas, es el
desinterés y la frialdad ante el bienestar de los demás lo que nos está
acabando, sumado a la ambición y al individualismo en el que están viviendo la
mayoría de las personas. No se puede seguir ocultando una realidad asesina,
sino se habla de drogas, no se puede acabar con el depredador actual de los
niños.
Con afecto,
Estefanía Villacís G.
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