Mentes carceleras
Con frecuencia entre mis
compañeras surgen conservaciones referente a las diversas situaciones que
vivimos las mujeres no sólo en el ámbito laboral, sino en la cotidianidad… por
ejemplo, lo difícil que les resulta en ocasiones usar vestidos, a pesar de
gustarles, porque se sienten intimidadas con las miradas morbosas de aquellos
hombres que no conocen la palabra respeto y en cuyo imaginario somos “cosas”
para su deleite; y que decir de los muchos comentarios irritantes que tienen
que escuchar. Es repugnante, ante dichas bajezas el primer paso es hacernos de
oídos sordos.
Sobre los vestidos, las faldas y por
supuesto las “mini”, respondía que me parece una terrible atadura el tener que
auto limitarnos a vestirnos como nos plazca por las pésimas actitudes de otros,
más que nada por la detestable enfermedad del machismo. Yo no lo acepto, no
dejaría de usar la ropa que me gusta, por las retorcidas palabras y acciones de
otros, eso sería sucumbir ante los depredadores, perder libertad, lo más
preciado que debe cuidar una persona. Ser libres para pensar, hablar, hacer, etc.,
no es negociable para mí, no lo debe ser para nadie.
Es cierto que algunas escenas son
incómodas, sin embargo, hay que construir el temple necesario para no dejarnos
amurallar por las mentes enfermas que no logran discernir sus acciones misóginas
y sexistas, con el valor fundamental de una persona, el RESPETO. A pesar de
ello, lo más inaceptable es toparse con mujeres que tengan inoculado en lo más
profundo de su “razón” estas células de violencia hacia su mismo género debido
al hecho de haberse dejado dominar por el patriarcalismo de la sociedad.
A propósito de dichas mujeres con
discursos machistas, debo traer a colación un suceso del día de ayer. Bien,
estaba presente en un acto sobre comunicación y una expositora se dirigió al
público para hablar de la representación de la mujer en la política. Desde mi punto
de vista no había novedad en lo que decía – ese no era el “problema”-, resulta
que entre muchas barbaridades que dijo estuvo lo siguiente: “a pesar de ser
mujeres”, me sangraron los oídos… enfatizaba en el rol de las amas de casa como
si una mujer tuviera más valor sobre otra por saber cocinar.
Trataba de encasillar a la
sensibilidad como una fortaleza propia de las mujeres, cuando la verdadero es
que no importa el género, las cualidades no son exclusivas, no se trata del
género al que pertenezcamos, sino de que somos seres humanos y ello equivale a
que todos sin distinción de ninguna clase tenemos valor. Con seguridad la
señora no tiene claro lo que significa promover un discurso de equidad,
lamentable.
Experiencias como la brevemente mencionada,
me hacen reflexionar sobre varios temas, entre ellos el mensaje equivocado que
se está difundiendo sobre el empoderamiento femenino, y acerca del inmenso
compromiso que tenemos de crear espacios para fomentar, consolidar la ansiada
igualdad, y contrarrestar los referidos malos mensajes.
Están latentes dos opciones,
aceptar y “sufrir” o liberase y ser FELIZ.
Aquí una de mis consignas: El día
que sea o actúe como los demás quieren, ese día empezare a morir.
Con afecto,
Estefanía Villacís G.
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