El poder desfigurado en corrupción.
¿Qué es el poder? De modo simple,
la capacidad de hacer algo; por ello, el poder puede ser personal, social,
económico, político, etcétera. Poder es una palabra que usualmente se la emplea
para referirse a lo público, a lo político; haré un paréntesis para decir que en
el plano espiritual se le ha dado más énfasis al significado de esta palabra
para que muchas personas cultiven fortaleza y descubran ese poder interno que
les permitirá cambiar su vida y conseguir la plenitud anhelada. Sobre esta
última premisa diré además que una persona en su individualidad es poderosa
cuando ha logrado potenciar sus talentos/habilidades, alcanzando seguridad en sí
misma y cuando ha acrecentado su fuerza para ser resiliente.
Ahora bien, parecería ser que el
poder dentro del sector público seduce y corrompe más que generar escenarios
positivos en favor de los administrados. De ahí que, para muchas personas el
poder es más ansiado que el dinero, también se ha escuchado lo siguiente:
“Entrégale un poco de poder a alguien y
descubrirás quien es realmente”, y aunque la intencionalidad de aquella
frase sea la de insinuar que el poder devela la falta de principios de las
personas, hay otras que sí lo han usado de una forma propositiva.
El ejercicio de poder está
implícito en todo, desde un espacio aparentemente pequeño como el de una
oficina, hasta los palacios de gobernantes, los intereses surgen y se
multiplican de forma exorbitante, surge la exclusión y se erige el servilismo
para perpetuar ese poder; en consecuencia, para que una persona
pueda ejercer de la forma más óptima el poder que tenga, requerirá estabilidad
emocional, un alto sentido de respeto por los demás y voluntad de hacer bien su
trabajo, hecho poco común.
Por ello, la delgada línea en entre
el uso y abuso del poder se da cuando las acciones, actitudes y decisiones generan desigualdad entre las
personas, situando a unos en ventaja sobre otros, cuando además se propicia
violencia que despierta odio y discriminación, sociedades polarizadas, que
adquieren hábitos de confrontación. El buen uso del poder, en cambio, permite
que las personas deconstruyan creencias, rompan moldes, y que se formen nuevos patrones
culturales que son la base para que las libertades fundamentales de las
personas se superpongan a todo.
Las relaciones de poder, queramos
o no, traen implícitos intereses y pretender que ninguna persona tenga alguno
es una total ilusión; deben existir intereses, evitar que generen conflictos
dependerá de que éstos no intenten beneficiar a pequeños grupos sino a los
colectivos. Entonces, ¿Cómo evitar o controlar el abuso del poder? Esa respuesta se definirá con las prácticas
sociales; el abuso del poder político que en términos genéricos equivale a
corrupción se puede erradicar si incidimos en las funciones del estados sobre los siguientes puntos:
1) Que se sancionen todos los delitos para acabar con la impunidad, evitando que paguen justos por pecadores;
2) Que se generen protocolos de prácticas eficientes y transparentes en la
administración pública; y 3) Evitar naturalizar prácticas visiblemente
atentatorias a los derechos de las personas.
Usamos el poder cuando las
estructuras políticas, sociales, culturales y económicas se han transformado en
beneficio de las personas; abusamos del poder cuando se caotiza el convivir de
esas personas, surgiendo la dominación y el sometimiento.
Estefanía Villacís G.
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