Las partidas
La partida de un familiar o de alguien
allegado y muy apreciado es un gran dolor que nadie quiere vivir, se constituye
en un suceso triste del cual nadie está preparado nunca, aunque se esté consciente
de que ocurrirá ya que es el ciclo de la vida, parte de nuestra condición de mortales. Es una gran mentira decir que estamos o estaremos preparados para
cuando llegue el día de que nuestros padres, hermanos, tíos, primos o amigos
falten. Creo que el sueño imposible de la mayoría sería eliminar a la muerte de
la realidad.
Cuando nos encontramos de frente
con la muerte nos paralizamos porque ya no nos veremos más con ese alguien que
es dueño de nuestro amor y a quien siempre hubiésemos deseado tener a nuestro
lado. Cuando sentimos que la muerte nos abraza de pronto comienzan a
reproducirse en nuestra mente todos esos momentos compartidos, los buenos,
maravillosos y también los malos; nos reconfortamos con aquellos que nos
ayudaron a estrechar con fuerza los lazos de cariño y nos desconsolamos inevitablemente
cuando sentimos que en una determinada circunstancia pudimos haber dado mucho
más de nosotros, cuando por fin entendemos que debimos haber sido más afectivos
y menos evasivos, que teníamos que haber brindado un mejor tiempo, y haber sido
más francos.
El vacío que queda en una familia
no es fácil de llenar, puesto que cada integrante es una pieza importante y
única que con sus diferentes personalidades se gana un espacio irreemplazable, y
con sus actitudes se convierte en un personaje al cual siempre se lo va a
extrañar, que siempre será nombrado por anécdotas y enseñanzas, además de
comparado cuando algún descendiente herede sus singulares características.
La muerte es un conflicto de
sentimientos, la página del libro que todos quisiéramos saltar y jamás leer, es
aquella que sin preguntar te obliga a replantarlo todo, a apartarte de las
distracciones que te alejan de valorar a quienes deben ser prioridad, la que te
sacude y ubica en el centro de lo verdaderamente fundamental.
Las lágrimas son la muestra clara
del inmenso dolor que provoca la muerte, así como la forma más natural de
sofocar las llamas que queman nuestro cuerpo, de calmar la desesperación de las
partidas, de consolar el alma que parece apagarse por esa gran ausencia.
Los momentos de tristezas que se
experimentan con la muerte son terribles y no desaparecen de un día para otro,
es un proceso intenso que cuesta aceptar, y la primera parte consistirá en
resignarse, es una especie de sube y baja respecto al ánimo y las energías.
Dependerá del tiempo que cada uno
sienta que es necesario para lograr que cuando lleguen los recuerdos las lágrimas
se transformen en bonitas sonrisas, que no surja la melancolía y se consiga
mirar al cielo totalmente convencidos de que ese ser querido nos estará
cuidando y protegiendo en la misma medida en la que podamos inmortalizarlo en
nuestro corazón, en nuestra memoria y en todo lo que nos comprenda.
El cuerpo desaparece pero el
espíritu queda en quienes decidan adquirirlo, con ello la muerte no vence y la
vida se expande.
Con afecto,
Estefanía Villacís G.
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